Los restos humanos de Arellano son de la Edad de Bronce
Los restos humanos aparecidos recientemente en un pequeño habitáculo a modo de tumba, en la finca particular de Ismael Busto, vecino de Arellano, pertenecen a la Edad de Bronce (segundo milenio a. de C.), según ha afirmado la Sección de Arqueología del Gobierno de Navarra.
No eran, por tanto fruto de algún asesinato de la guerra civil española, tal y como creían los vecinos, quienes aseguraban que el cráneo presentaba la marca de un tiro, ni pertenecían tampoco a algún soldado de las guerras carlistas, como esgrimieron algunos aduciendo que el cráneo yacía mirando hacia Montejurra.
Los huesos aparecidos en el pequeño habitáculo bajo una piedra cuando Ismael Busto quitaba los olivos, llevaban allí, por tanto, aproximadamente 3.000 años y pertenecieron a un ser humano mucho más antiguo, que aún no había descubierto el hierro como material para fabricar armas y herramientas, pero fundía ya esa aleación del cobre y el estaño llamada bronce.
Ahora, la Sección de Arqueología ha dictaminado que los restos se sitúan en un yacimiento arqueológico catalogado con el nombre “San Pelayo IV, atribuido a esta época y ha llevado a cabo una excavación arqueológica de los restos por vía de urgencia por intermediación de la empresa Gabinete Trama S.L.
El pequeño agujero bajo el olivo ha resultado ser lo que los arqueólogos denominan una “cista”, palabra procedente del griego que significa cofre o caja, y que define una estructura funeraria, una especie de dolmen a pequeña escala, formado por cuatro piezas planas o lajas colocadas verticalmente formando un rectángulo. Sobre ellas suele haber otra pieza horizontal a modo de tapa. En el interior los hombres y mujeres del bronce despositaban a sus difuntos, generalmente en posición fetal.
La cista, típica de la primera fase de la cultura de El Argar, del final del Bronce Antiguo, aparece en covachas o excavada en el suelo de las viviendas, y presentan una gran diversidad, lo que ha permitido establecer la existencia de clases sociales diferenciadas ya en esta época. La de San Pelayo IV consta de una pequeña cámara funeraria de planta rectangular, de 0,90 x 0,60 m que se cubría con una lastra de piedra de 1,10 x 1,75 m. Toda la estructura, excepto la rotura de la tapa que fue perforada por los aperos agrícolas, se encontraba intacta, tal y como la dejó el hombre prehistórico hace más de 3000 años. Sin embargo la cámara no albergaba en su interior ningún tesoro ni objeto de singular valor histórico, sino algunos fragmentos de cerámica muy deteriorados.
A la espera del estudio antropológico, se ha determinado que los restos corresponden a un único individuo de edad adulta-senil y que fueron depositados en la cámara subterránea tras haber sido previamente inhumados en otro lugar. Este tipo de construcciones en piedra son la última y más tardía manifestación de la costumbre del hombre prehistórico por inhumar en grandes construcciones de piedra, los dólmenes, cuyo ejemplo más señero en Navarra son los de Artajona. Si bien las construcciones de esta tipología no son fáciles de detectar, en los últimos años se han excavado tumbas en Larraga y las Bardenas Reales.